Ilíada, 22 XII, 199-223
Héctor perseguido por Aquiles
188 Entretanto; el veloz Aquiles perseguía y estrechaba sin cesar a Héctor.
Como el perro va en el monte por valles y cuestas tras el cervatillo que
levantó de la cama, y, si éste se esconde, azorado, debajo de los arbustos,
corre aquél rastreando hasta que nuevamente lo descubre; de la misma manera, el
Pelión, de pies ligeros, no perdía de vista a Héctor. Cuantas veces el troyano
intentaba encaminarse a las puertas Dardanias, al pie de las torres bien
construidas, por si desde arriba le socorrían disparando flechas; otras tantas
Aquiles, adelantándosele, lo apartaba hacia la llanura, y aquél volaba sin
des-canso cerca de la ciudad. Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar
al perseguido, ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aquiles con sus pies
podía dar alcance a Héctor, ni Héctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor se
hubiera librado entonces de las Parcas de la muerte que le estaba destinada, si
Apolo, acercándosele por la postrera y última vez, no le hubiese dado fuerzas y
agilizado sus rodillas?
205 El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a los
guerreros, no permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera
que alguien alcanzara la gloria de herir al caudillo y él llegase el segundo.
Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron a los manantiales, el padre Zeus tomó
la balanza de oro, puso en la misma dos suertes de la muerte que tiende a lo
largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-, cogió por el medio
la balanza, la desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que descendió
hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa
de ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijo estas aladas palabras:
216 -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro a Zeus, que nosotros dos
procuraremos a los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos
muerto a Héctor, aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede
escapar, por más cosas que haga Apolo, el que hiere de lejos, postrándose a los
pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y respira; a iré a persuadir a
Héctor para que luche contigo frente a frente.
224 Así habló Atenea.
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