Ilíada 05 V, 311-380
Afrodita tras salvar a su hijo Eneas es herida por el Tidida y va a buscar el
consuelo de su madre Dione
311 Y allí pereciera el rey de hombres Eneas, si al punto no lo hubiese
advertido su madre Afrodita, hija de Zeus, que lo había concebido de Anquises,
pastor de bueyes. La diosa tendió sus níveos brazos al hijo amado y lo cubrió
con un doblez del refulgente manto, para defenderlo de los tiros; no fuera que
alguno de los dánaos, de ágiles corceles, clavándole el bronce en el pecho, le
quitara la vida.
318 Mientras Afrodita sacaba a Eneas de la liza, el hijo de Capaneo no echó
en olvido las órdenes que le diera Diomedes, valiente en el combate: sujetó
allí, separadamente de la refriega, sus solípedos caballos, amarrando las
bridas al barandal; y, apoderándose de los corceles, de lindas crines, de
Eneas, hízolos pasar de los troyanos a los aqueos de hermosas grebas y
entrególos a Deípilo, el compañero a quien más honraba entre los de la misma
edad a causa de su prudencia, para que los llevara a las cóncavas naves. Acto
continuo el héroe subió al carro, asió las lustrosas riendas y guió solícito
hacia el Tidida los caballos de duros cascos. El héroe perseguía con el cruel
bronce a Cipris, conociendo que era una deidad débil, no de aquéllas que
imperan en el combate de los hombres, como Atenea o Enio, asoladora de
ciudades. Tan pronto como llegó a alcanzarla por entre la multitud, el hijo del
magnánimo Tideo, calando la afilada pica, rasguñó la tierna mano de la diosa:
la punta atravesó el peplo divino, obra de las mismas Gracias, y rompió la piel
de la palma. Brotó la sangre divina, o por mejor decir, el icor; que tal es lo
que tienen los bienaventurados dioses, pues no comen pan ni beben el negro
vino, y por esto carecen de sangre y son llamados inmortales. La diosa, dando
una gran voz, apartó a su hijo, que Febo Apolo recibió en sus brazos y envolvió
en espesa nube; no fuera que alguno de los dánaos, de ágiles corceles,
clavándole el bronce en el pecho, le quitara la vida. Y Diomedes, valiente en
el combate, dijo a voz en cuello: 348 -¡Hija de Zeus, retírate del combate y la
pelea! ¿No te basta engañar a las débiles mujeres? Creo que, si intervienes en
la batalla, te dará horror la guerra, aunque te encuentres a gran distancia de
donde la haya.
352 Así dijo. La diosa retrocedió turbada y muy afligida; Iris, de pies
veloces como el viento, asiéndola por la mano, la sacó del tumulto cuando ya el
dolor la abrumaba y el hermoso cutis se ennegrecía; y como aquélla encontrara
al furibundo Ares sentado a la izquierda de la batalla, con la lanza y los
veloces caballos envueltos en una nube, se hincó de rodillas y pidióle con
instancia los corceles de áureas bridas:
359 -¡Querido hermano! Compadécete de mí y dame los caballos para que pueda
volver al Olimpo, a la mansión de los inmortales. Me duele mucho la herida que
me infirió un hombre, el Tidida, quien sería capaz de pelear con el padre Zeus.
363 Dijo, y Ares le cedió los corceles de áureas bridas. Afrodita subió al
carro con el corazón afligido; Iris se puso a su lado, y tomando las riendas
avispó con el látigo a aquéllos, que gozosos alzaron el vuelo. Pronto llegaron
a la morada de los dioses, al alto Olimpo; y la diligente Iris, la de pies
ligeros como el viento, detuvo los caballos, los desunció del carro y les echó
un pasto divino. La diosa Afrodita se refugió en el regazo de su madre Dione;
la cual, recibiéndola en los brazos y halagándola con la mano, le dijo:
373 -¿Cuál de los celestes dioses, hija querida, de tal modo te maltrató, como
si a su presencia hubieses cometido alguna falta?
375 Respondióle al punto Afrodita, amante de la risa:
376 -Hirióme el hijo de Tideo, Diomedes soberbio, porque sacaba de la liza
a mi hijo Eneas, carísimo para mí más que otro alguno. La enconada lucha ya no
es sólo de troya-nos y aqueos, pues los dánaos ya se atreven a combatir con los
inmortales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario